29 de noviembre de 2010

El caballerito que dio aquel mal paso





Éste es un libro que me divirtió traducir, cortito y ágil como deberían ser varias cosas, y fundamentalmente con humor, el ingrediente indispensable, según mi humilde ver, de todo. Sí, de todo, y me la banco. Y si no fíjense cómo terminó el caballero del título, cuya carencia de humor es pasmosa. El humor, che, no se le niega a nadie.

El caballero que cayó al mar, H.C. Lewis, Bestia Equilátera.

Acá abajo un fragmento: el barco culón dice adiós, y se marcha rumbo al horizonte.





   (...) Pedaleando en el agua para permanecer a flote, Standish abrió los ojos y se encontró con la visión más aterradora que hubiera visto nunca; tan aterradora era que su mente se paralizó por un instante. No de miedo, sino de asombro. Eran las nalgas indecentemente grandes y desnudas del Arabella, contemplándolo ominosas con sus ojos de buey, mientras se alejaban en un océano de espuma. Standish nunca había imaginado que un barco, ni ninguna otra cosa, pudiera verse así. Gracias a sus viajes, conocía mucho sobre la forma de los barcos; podía darse cuenta si un barco era lindo o feo. En Honolulu, al ver el Arabella desde cierta distancia meciéndose en el muelle, lo admiró de inmediato. Era largo y no demasiado ancho, no tenía incongruencias de caños o chimeneas, estaba pintado de un gris modesto, el puente no sobresalía y la cubierta con pozo contribuía a una elegante terminación. El Arabella daba la impresión de combinar fuerza con delicadeza... en Honolulu. Podía haberse llamado “señorita” Arabella; una señorita pechugona y autosuficiente, pero señorita al fin.
   Pero ahora Standish comprendía cuán errado había estado. Los ojos se le desorbitaron un poco en esos breves momentos en que se quedó observando, fascinado y horrorizado, la nauseabunda visión. Una vez, en el zoológico de Nueva York, había visto el trasero sin adornos de un mandril adulto, y por unos momentos había quedado fascinado. Luego su costado más fino, imponiéndose sobre el ordinario, le había indicado darse vuelta e ir a ver los elefantes. La popa del Arabella le recordó las nalgas de aquel mandril. La hélice, revolviendo el agua, hacía un ruido persistente que Standish nunca antes había oído. Desde la cubierta trasera, donde esos ojos de buey lo observaban solemne y misteriosamente, la popa se curvaba hacia dentro y descendía hacia el timón, casi proclamando, con esas líneas en repliegue, que eran aquellas sus partes privadas, de las que un hombre pudoroso debería desviar la mirada.

1 comentario:

Leo Lobos dijo...

Mis saludos un agrado mirar-leer su espacio de comunicación y cultura,

saludos,

Leo Lobos