23 de agosto de 2011

12 de agosto de 2011

Memoria muscular


En mi primer "departamento de soltera" tenía un teléfono negro casi igual al de esta foto (que encontré mientras buscaba terminología telefónica precámbrica). Viví más de diez años con ese teléfono, que antes había sido el teléfono de mis abuelos. Y fue rara la sensación recién al ver la foto, porque pude sentir en el brazo izquierdo el peso exacto del auricular (¿receptor? ¿cómo se dice? eso buscaba) al levantarlo, y la resistencia del disco al hacerlo girar con el índice derecho. Era pesado el aparato, con una pesadez muy agradable. Ay, lo extraño. 854-1409.

10 de agosto de 2011

De qué color fue tu primer pensamiento de hoy

Qué lindo, acercándome otra vez a Jimmy Schuyler, trabajando en un libro sólo con poemas suyos. Joubert fue un ensayista francés del siglo XVIII; andá a saber qué experimento mental trataba de hacer, que ahora Schuyler remeda. Pensar en nada, imagino, parafraseando a León Gieco. Acá está Jimmy leyendo el poema original, con su voz salivosa, o su voz medicada tal vez, sí, probablemente es eso. Si escuchan y leen a la vez, se arma la retraducción simultánea. 

A diferencia de Joubert


De tarde, acostado en la cama,
pero no “en deshabillé rosa”
en pijama rojo y una bata amarilla
–pijama de franela y bata de toalla–
y por un momento, por un tris desprendido
del momento, triunfo donde Joubert
fracasa: no pensar nada; pero
pensándolo bien, fracaso, porque no fue
con intención, ni es muy seguro que
haya habido siquiera el recorte
de un tris entre el pensamiento y
el siguiente pensamiento, que no haya habido
pensamiento entre ellos. Lo único
claro en este día sin sombra bajo
un cielo como sombra es que el primer
pensamiento fue gris, un azul-gris
áspero y brillante, un trozo de pizarra
coloreado en exceso, y el segundo fue gris
como son algunas rosas, o el pelo que se ve
que alguna vez fue rojo, un gris con el encanto
y el calor de un cuarto íntimo aunque no
exageradamente acogedor, con carpintería
de Pajou, o como el tapizado viejo, o
tu primer biplano. Tan diferente como
el día de la noche, y tan igual,
así como su conjunción  –la nada que
puede no haber sido– también fue un gris,
más cremoso, más claro, de mirada furtiva
como el cielo o un botón grande y chato
recortado de una concha marina, la cáscara
pulida de una ostra, tal vez:
sutiles días de invierno en los que el pensamiento
se hunde en presencia de una ausencia.