26 de diciembre de 2014

No sé cuánto me guste Marianne Moore

De verdad; y tampoco la leí tanto. La cosa contenida me dificulta la empatía. Pero no cejo, porque me gusta su figura, y muchos de sus versos, y me gusta su nombre y quiero que me guste. 
Acá traduje uno, hace unos meses, pero no de los "difíciles". Hoy vamos a intentar otro en el taller de traducción. Si sale bien lo pongo.


Silencio

Mi padre solía decir:
“La gente superior nunca hace visitas largas,
ni pide que le muestren la tumba de Longfellow
o las flores de vidrio de Harvard.
Autosuficiente como el gato
–que con su presa se va a la intimidad,
la cola del ratón colgando de la boca–
disfruta a veces de la soledad
y puede quedarse sin palabras
ante palabras que la han deleitado.
El sentimiento más profundo se expresa con silencio;
no con silencio, sino con moderación”.
Y no era hipócrita cuando decía: “Haz de mi casa tu posada”.
La posadas no son residencias.

Silence
My father used to say,
"Superior people never make long visits,
have to be shown Longfellow's grave
nor the glass flowers at Harvard.
Self reliant like the cat --
that takes its prey to privacy,
the mouse's limp tail hanging like a shoelace from its mouth --
they sometimes enjoy solitude,
and can be robbed of speech
by speech which has delighted them.
The deepest feeling always shows itself in silence;
not in silence, but restraint."
Nor was he insincere in saying, "`Make my house your inn'."
Inns are not residences. 

8 de diciembre de 2014

La foto del viaje es el viaje


Este poema de Billy Collins lo traduje hace tiempo y ahora lo remodelé al calor del taller de traducción. Qué inquietante que mi versión anterior me resulte tan fallida: eso no puede sino indicar que ésta es igual de fallida y lo voy a notar en un año, un mes o incluso ahora en un ratito cuando me tome el subte.

Tierras extrañas

Las fotos del verano ahora están esparcidas
por la mesa como espejitos que reflejan
nuestro lugar en la historia europea.

Son el botín del viaje, con borde y coloridas,
fracciones de segundos que después de la cena
vamos pasando a los amigos para hacerles creer
que encontramos dulzura, en algún lugar, lejos.

Ahí estamos, la mirada familiar en lo extranjero,
detenidos frente a una puerta cisterciense,
o reclinados, oblicuos, contra un kiosco;
congelados detrás de un Della Robbia
azul y blanco, o ante la mesa de un café
tapizada de guías de conversación,
oscuros en la sombra subexpuesta de un toldo.

El mozo al fondo, con bigote y delantal,
les lleva a otros sus bebidas aun ahora
mientras otra vez miramos el pilón
notando que intentábamos quedarnos
quietos como pinturas hasta ser liberados
por el veloz chasquido del obturador

para después seguir sin foco, sin foto,
por una calle de maceteros, motocicletas,
dos borrones en la luz menguante de la tarde,
las cámaras en sus estuches negros,
balanceándose, ciegas, a nuestros costados.