En Londres me compré este libro de Billy Collins y durante varias noches me dormí después de leer un mismo poema, que no es éste sino otro que no se dejó traducir tan así nomás y velozmente como éste, que también me gusta aunque no tanto como el otro pero que por otra parte me viene muy al caso aquí y ahora. El otro se llama Driving with Animals y espero traducirlo un día con más tiempo. Éste, como digo, lo traduje tomándome licencias varias, aunque, me parece y espero, sin serle para nada infiel.
Tierras
extrañas
Ahora las fotos del viaje del verano
se desparraman por la mesa como si fueran
espejitos
que reflejan nuestro lugar en la historia
europea.
Son el botín del viaje, con marco y
coloridas,
fracciones de segundos que después de la
cena
vamos pasando a los amigos para hacerles
creer
que encontramos dulzura, en algún lugar,
lejos.
Ahí estamos, la mirada familiar en lo
extranjero,
detenidos frente a una puerta cisterciense,
o reclinados, oblicuos, contra un kiosco;
congelados detrás de un Della Robbia
azul y blanco, o ante la mesa de un café
tapizada de libros de referencia,
oscurecidos en la sombra subexpuesta de un
toldo.
El mozo al fondo, con bigote y delantal,
les lleva a otros sus bebidas aun ahora
mientras miramos el pilón una vez más
notando que intentábamos quedarnos
quietos como pinturas hasta ser liberados
por el crujido del obturador
para seguir, desenfocados, sin fotografiar,
por una calle con canteros y motos,
dos borrones en la luz menguante de la
tarde,
las cámaras en sus estuches negros,
balanceándose, ciegas, a nuestros costados.
3 comentarios:
ay, qué lindo y me encanta el final como que las cámaras parecen revólveres. O al menos me hizxo flashear eso.
sí, supongo que habrá influenciado la palabra "disparador", no?
sí, pedro, eso entendí. claro, para eso están las fotos!
Publicar un comentario