2 de septiembre de 2013

Manifiesto de la vieja chota


Lo que digo es que a pesar de la actual hipersociabilización de la poesía, yo para escribir o para leer un poema tengo que estar sola; sola conmigo misma al menos, con la mente resguardada entre cuatro paredes (un atelier mental como el de Giacometti, acá a la derecha). Y aun así a veces falla (casi la mayoría): tiene que haber esa disposición que surge de qué sé yo dónde. La poesía está siempre conmigo pero no siempre está en la primera capa; y no puedo hacerla surgir con un salta violeta. Es de mis actos más íntimos: deshacerme en un poema de otro es casi casi como.
Por eso cuando voy a lecturas de poesía, y son a medianoche y tocan bandas entre lector y lector, y hay el frú-frú del roce y el blá-blá y el descorche, la verdad es que, si me toca leer, no sé del todo lo que estoy diciendo. Y cuando escucho a otros, no sé del todo qué estoy escuchando. Lo cual no quiere decir que de ahí no surjan chispas, alguna que otra flecha que se hunde en el agua, toca el fondo, deja como una estela. 
Perdón, entonces, si me ven dispersa o si falto a la cita. Yo trato de actuar de acuerdo a la época. Pero no siempre me sale.

3 comentarios:

Germán dijo...

¡tal cual!

Eduardo Rezzano dijo...

Hoy me pasé la tarde leyendo La tomadora de café. Me voy acercando felizmente a tu poesía.

Laura Wittner dijo...

me alegro cuando pasa y encima me lo cuentan... gracias!