En esta extraña inmovilidad o postración, como una voz grave y obstinada, se introducían mil pequeños accidentes: la picadura de insecto, la mano resbalándose sobre el
abrelatas, una pérdida de equilibrio en los tablones de la escalera,
erupciones, ollas caídas, objetos rotos o perdidos; una constante, absurda
comunicación susurrada desde el reino de la incidencia fortuita. Durante medio
día las canillas de la cocina se negaron a dar agua de cualquier tipo, después
gotearon un licor lento y oxidado aun cerradas; cuatro tejas se cayeron del
techo en una tarde de aire inmóvil; la mujer de Lyall se volvió súbitamente
alérgica al sol, y andaba por ahí desfigurada.
de M. John Harrison, Running Down.
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