Pero vi a Margaret Atwood leer unos poemas suyos, inéditos, hermosos, y me compré su Selected Poetry y acá sigo flasheando.
Traduje estos cuatro que dejo en el blog abandonado.
Tal vez dejo algunos más dentro de un rato.
Un
colectivo por St. Clair: diciembre
No es suficiente para desterrarme:
éste es mi reino todavía.
Date vuelta, mirá
por la ventana granulosa: inexplorada,
una jungla de cables.
Que me hayan sepultado en monumentos
de bloques de hormigón, de alambres
que me hayan apilado en la cabeza
una pirámide de fría luz
que hayan dicho "Construiremos
un paraíso plateado con una excavadora"
muestra qué poco saben
sobre desaparecer: tengo
mis formas de zafar.
Ahora mismo, la nieve
no
te es más familiar
de
lo que me fue a mí:
yo
me encargué de eso.
Este
aire gris, este rugido
que
corren por detrás
no
son más familiares.
Soy
la vieja sentada
frente
a vos en este colectivo
los
hombros levantados como un chal;
salen
de sus ojos alfileres
secretos,
que destruyen
las paredes, el techo.
Date
vuelta, mirá
para
abajo: no hay ciudad;
es
el centro de un bosque
tu
lugar está vacío.
Llevando
comida a casa en invierno
Voy cuesta arriba por la nieve
con esfuerzo
bolsa de papel madera con las compras
apoyada en la panza,
pesa, los brazos estirados
para agarrarla son puro tendón.
¿Necesitamos esta bolsa de papel
mi amor, necesitamos este bulto
de cáscaras, carozos, necesitamos
las botellas, las raíces
los pedacitos de cartón
para seguir flotando
como sobre una balsa
por esta nieve en que me hundo?
La piel produce
islas de calor
en el invierno, en el verano
islas de frescura.
La boca ejecuta
un truco similar.
Digo que voy a transformar
este huevo en un músculo
esta botella en un acto de amor.
Esta cebolla va a volverse movimiento
este pomelo
va a volverse una opinión.
Volvés
Volvés a la habitación
donde estuviste viviendo
todo este tiempo. Decís:
¿Qué pasó mientras
yo no estaba? ¿Quién
ensució esas sábanas y por qué
no quedan más pomelos?
Parado en ese punto medio
entre cuerpo y palabra, que contiene,
o eso se supone, a otra
gente. Sabés que fuiste vos
el que durmió y comió acá, pero no
lo creés. Debo haberme tomado
un par de días libres, pensás,
para la tostada con manteca
y el amor y tal vez para las dos
cosas a la vez, lo que explicaría
la colcha manchada, pero no,
ahora estás seguro, otra persona
vino y usó tu ropa
y habló por vos,
porque no hubo días libres.
Hermana
menor, yendo a nadar (Norte de Canadá)
Junto a este lago
donde no hay otra gente
mi hermana en malla prosigue
su breve y desolado
desfile hasta el final del muelle;
contra las tablas
sus pies declaran cosas tristes
que cree que nadie escucha.
(Yo estoy en una reposera
no cuento, invisible;
el sol titila sobre
esta hoja como en una pileta.)
Lleva la balsa
más allá de la arena;
nadie pasa en lancha.
Le gustaría llenar el lago
con otros nadadores, con respuestas.
Grita su nombre. El sol envuelve
piedras, árboles, sus pies en el agua, el
contorno
de bahías y cerros como antes.
Se endereza, alza los brazos
como si hiciera señas, después desaparece.
El lago cicatriza en silencio
la herida que dejó el chapuzón.
El aire tiembla y está inmóvil.
(Bajo mi mano el papel
se cierra sobre estas
marcas que le estoy haciendo.
Las palabras ondulan, se aquietan,
se van para la orilla.)