Acá copio el poema entero, para no mezquinar. Es de Víctor Gaviria. La primera vez que lo leí iba en un micro; volvía de Rosario, había sol de mediodía. Pero las campanadas ésas me sacaron del micro y me pusieron en esta otra escena nocturna. Sin duda fueron las campanadas. Y después todo ese sonido tan activo, preámbulo de la actividad muda del hombre misterioso. Tanta gracia y agilidad, enmudecidas.
Era muy tarde
Había pasado ya la temprana noche, luego
la medianoche,
y luego habían sonado algunos relojes en la calle,
una campana, dos campanas,
con diferencia de segundos,
primero en la ventana de reja, después
en el balcón del carbonero,
a mitad de la cuadra,
y el sonido atravesó el aire en penumbra
hasta la caligrafía en sombra de las hojas y los tallos delgados
en la blanca pared...
De pronto un hombre descalzo que había llegado de otras
calles,
cruzó sin hacer ruido la avenida
y entró bajo los arcos de los árboles,
silencioso y erguido,
con una desenvoltura en los brazos y las piernas
que lo hacía parecer otro hombre, el que va
a su casa por un camino de campo,
y nadie le sigue,
nadie mira su espalda.
Entonces se acuesta en la acera
bajo la sombra de una casa...
2 comentarios:
Es sencillamente maravilloso, Laura, gracias otra vez. Y añado algo: ¿y si precisamente el "ruido textual" de las campanas, su poder de transformación, fuera lo que hace de la actividad silenciosa del hombre algo especial, es decir lo que "lo hacía parecer otro hombre"? Y es que no hay silencio sin un ruido que lo preceda...
María
sí, maría, creo que algo de eso hay, no? lo vuelve especial esa combinación de ruido con no-ruido... o su capacidad de moverse en el sonido "de otro", sin producir el propio.
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