Cruzábamos Londres con Amelia en el primer asiento del piso de arriba del famoso colectivo rojo y doble, viendo pasar la ciudad casi como una proyección, y en el asiento de al lado iba esta pareja de jóvenes portorriqueños:
Ya sé que de ella no se ve más que el ángulo del brazo izquierdo, unos mechones de pelo por detrás de la cabeza de él y la cartera; pero a eso voy. Ése era su porcentaje de participación en la cháchara incesante con la que nos obsequió este joven durante 30 minutos.
Le saqué la foto porque no me bastó con mirarlo incrédula. Su voz sonaba y resonaba por todo el piso superior del colectivo, que pim que pam y que pim que pam, mientras que la voz de ella no se oyó nunca. Ella, cruzada de brazos, miraba por la ventanilla del costado. Ni siquiera por el gran vidrio de adelante. Muy pero muy de vez en cuando giraba la cabeza hacia su novio, que en una de esas ocasiones aprovechó para darle un beso y seguir hablando. Ni una sola vez reparó en la indiferencia de su compañera, ni pronunció el famoso "¿Me estás escuchando?" que suele atribuírsenos a las mujeres.
Simplemente era feliz en su propia salsa; y vaya si estaba entusiasmado: hablaba de su sueño de ser alguna vez productor musical. Como la lechera con el cántaro vacío, ya estaba pensando qué hacer con la plata que ganaría y la vida loca que llevaría cuando lo lograra. El monólogo fluctuaba entre dos vidas paralelas: la soñada y la real, en la que mi compañero de ruta se desempeñaba como mozo en un restaurante. Las anécdotas de estas dos instancias biográficas se enlazaban con bastante gracia, hay que decirlo. Yo nunca estaba segura de si lo que contaba había pasado en el restaurante o pasaría en un estudio de grabación. Todo era enunciado con la misma intensidad. Como por ejemplo esta frase que anoté, y que remató un largo relato indignado sobre un cliente descortés:
"Y él me dijo: quiero mi bacon very very crispy, get it?".
Bueno, finalmente me vengo a dar cuenta de que el muchacho sí tenía una audiencia atenta, conformada por mí. Mientras Amelia dormía sobre mis piernas lo escuché, lo fotografié y le tomé dictado.
Con razón no reclamaba atención.
Juro que me estoy dando cuenta de todo esto ahora, mientras lo escribo.
¡Plop!
30 de agosto de 2012
28 de agosto de 2012
Para ustedes, chicos
El
hombre en el espacio
No tienen más que escuchar cómo un hombre
le habla en la mesa, con más gente, a su
mujer
el empeño que pone en defender su idea
aun cuando a ella empieza a temblarle la
boca
para saber por qué las mujeres en la
ciencia
ficción, con un planeta sólo de ellas
no aparecen haciendo una ensalada o leyendo
una revista
cuando llegan los hombres de la Tierra en
sus cohetes,
por qué siempre están de pie en un
semicírculo
con los brazos cruzados, las piernas
desnudas separadas,
los pechos protegidos por duros discos de
metal.
Billy Collins
Etiquetas:
cosas que traduje
Español y liliputiense
Anoche me llegó el sobre manila acolchado con remitente de Cáceres y la cálida nota de José María Cumbreño, el esmerado e inspirado editor de Ediciones Liliputienses. El catálogo de "La biblioteca de Gulliver" incluye varios poetas americanos que sospecho (la verdad es que no me puse a investigar) que, como yo, no habían sido publicados en España: Martín Gambarotta, Rocío Cerón, Luis Chaves, Frank Báez, Marcela Parra, Maurizio Medo, Gladys González, Rafael Courtoisie y otros (vayan al blog que además del catálogo hay recorridos internos por los bellos libros).
El mío, que acá se ve sostenido por la niña-que-falta-al-jardín, es una antología que incluye poemas de todos mis libros ("todos mis libros", buá).
Estoy contenta de integrar esta colección. Juro que no es sólo otro caso de triste egolatría. O que es un poco más que eso.
Etiquetas:
cosas con palabras
17 de agosto de 2012
Estas asociaciones
Había estado en Londres hace mucho -- en el '95 -- y sola. Con lo que caminaba todo el día de un lado a otro y decidía si entraba o salía y cuánto me quedaba y con quién hablaba; o si hablaba.
Ahora volví con hijos y marido. Y algunos días fueron de madre e hija -- Amelia y yo por subtes, puentes, calles y barcitos.
Un día fuimos a Tate Modern. Entramos y cruzamos el hall inmenso de esa ex usina eléctrica hasta llegar a la también inmensa parte de atrás. Ahí vimos algo raro, que no supimos descifrar. Nos quedamos un rato mirando. Había gente que cruzaba el hall pero no estaba claro si con un objetivo o sólo para pasar del otro lado del museo. Había gente charlando y había gente dudando. Y también algunas hileras de tres o cuatro personas que caminaban hacia atrás dirigiendo la mirada hacia el entrepiso. "¿Qué hacen? ¿Qué estarán mirando?", le pregunté a Amelia. Tuve el impulso de acercarme a investigar si ahí "pasaba algo" o si yo, como de costumbre, bañaba en extrañeza los desplazamientos casuales del público. Pero decidí empezar a recorrer el museo porque sabía que con niña de 5 el tiempo y el contacto iban a ser limitados.
Salió bien la visita. Ame y yo tuvimos algunos lindos intercambios sobre la sensación que nos dan los museos. Eso compensó el tiempo a solas delante de ciertos cuadros o proyecciones o esculturas que no pude tener como tenía en otras épocas. En un estilo muy distinto al de la soledad, me quedé con la sensación de que "había pasado algo".
Unos días después, volviendo a Buenos Aires y leyendo el New Yorker en el avión, me encontré con una larga nota que me explicó eso que había visto en el hall de la Tate. Era el nuevo trabajo de Tino Sehgal, "These Associations". Claro que yo había visto el nombre de Tino Sehgal en la entrada; creí que era uno de los artistas a cuyas instalaciones Amelia se negó a entrar, porque estaba oscuro y le daba miedo.
Tino Sehgal construye interacciones humanas. Sus obras son lo que él llama "situaciones construidas". En la nota del New Yorker Lauren Collins lo describe como un "arquitecto de la interacción". Se trata de transformar acciones en lugar de cosas o materiales. De producir cierta realidad a través del contacto entre dos o más personas que no se conocen.
"These Associations" consiste en setenta "intérpretes" (un grupo heterogéneo de personas que Sehgal y sus asistentes reclutan y entrenan) cuya función es acercarse a los visitantes del museo y tratar de entablar con ellos un diálogo "significativo". "Una serie de diálogos estilizados que se salteen las formalidades de la interacción social y produzcan un concentrado intercambio de ideas", dice Collins.
La consigna fundamental que les dio Sehgal a sus intérpretes fue que intentaran conversar sobre momentos en los que hubieran tenido una sensación de llegada, de pertenencia, de satisfacción o de insatisfacción con ellos mismos. Para esto les transmitió algunas estrategias retóricas. Porque el diálogo tiene que cumplir con ciertas características para que la obra resulte exitosa. "Si el otro dice algo que está bueno y se engancha en el mismo nivel que ustedes, vamos bien", explicaba Sehgal en una de las reuniones previas a la inauguración. "Pero si se pone a hablar de tonterías tienen que tener cuidado, porque la obra es una creación conjunta. El público tiene poder (...). Y en última instancia, aun cuando produzca más momentos banales que ustedes, sigue siendo el público el que va a juzgar la banalidad de la obra".
Leyendo todo esto en el avión me dio un poco de pena no haberme metido en el oleaje del Turbine Hall. ¿Cómo habría sido ponerme a conversar ahí de algo íntimo, con Amelia al lado y en un idioma que no es el mío? ¿Podría haber salido transformada, en algún punto? Creo que si por algo, y para mi sorpresa, pude esquivar el escepticismo y apreciar la idea de Tino Sehgal fue porque yo misma, aunque sin aspiraciones artísticas, intento a veces construir este tipo de situaciones. Así es que digo cosas inesperadas hasta para mí misma, y muy a menudo bastante personales: en un negocio, en la cola del cajero o a un taxista. No es a propósito. Y muchas veces me arrepiento o al menos me avergüenzo un poco. Pero no puedo evitarlo. Como si investigara cuál es el punto de cruce íntimo que puedo tener con un desconocido, fugazmente, en los momentos menos pensados.
Y sí que puede haber transformación en estas asociaciones. Hace poco alguien en Twitter contó que había consolado a la cajera del supermercado, que estaba llorando. La sacó a la calle unos minutos y charlaron. No se conocían ni se hicieron amigas. Pero tuvo que haber una transformación ahí; en las dos.
De todas formas, cuando terminé de leer la nota me pareció que aun sin haber sido una de las "co-creadoras" de la obra de Sehgal, había participado. Porque ahí en el borde del hall, por un momento, me pregunté cosas. Le pregunté a Amelia. Y esas cosas siguieron rebotando entre nosotras durante la visita al museo, y cuando compramos postalcitas y un libro en la tienda o nos tomamos un café en el bar del primer piso. Nos dijimos cosas que no nos habíamos dicho antes. Nos asociamos de una manera nueva.
Ahora volví con hijos y marido. Y algunos días fueron de madre e hija -- Amelia y yo por subtes, puentes, calles y barcitos.
Un día fuimos a Tate Modern. Entramos y cruzamos el hall inmenso de esa ex usina eléctrica hasta llegar a la también inmensa parte de atrás. Ahí vimos algo raro, que no supimos descifrar. Nos quedamos un rato mirando. Había gente que cruzaba el hall pero no estaba claro si con un objetivo o sólo para pasar del otro lado del museo. Había gente charlando y había gente dudando. Y también algunas hileras de tres o cuatro personas que caminaban hacia atrás dirigiendo la mirada hacia el entrepiso. "¿Qué hacen? ¿Qué estarán mirando?", le pregunté a Amelia. Tuve el impulso de acercarme a investigar si ahí "pasaba algo" o si yo, como de costumbre, bañaba en extrañeza los desplazamientos casuales del público. Pero decidí empezar a recorrer el museo porque sabía que con niña de 5 el tiempo y el contacto iban a ser limitados.
Salió bien la visita. Ame y yo tuvimos algunos lindos intercambios sobre la sensación que nos dan los museos. Eso compensó el tiempo a solas delante de ciertos cuadros o proyecciones o esculturas que no pude tener como tenía en otras épocas. En un estilo muy distinto al de la soledad, me quedé con la sensación de que "había pasado algo".
Unos días después, volviendo a Buenos Aires y leyendo el New Yorker en el avión, me encontré con una larga nota que me explicó eso que había visto en el hall de la Tate. Era el nuevo trabajo de Tino Sehgal, "These Associations". Claro que yo había visto el nombre de Tino Sehgal en la entrada; creí que era uno de los artistas a cuyas instalaciones Amelia se negó a entrar, porque estaba oscuro y le daba miedo.
Tino Sehgal construye interacciones humanas. Sus obras son lo que él llama "situaciones construidas". En la nota del New Yorker Lauren Collins lo describe como un "arquitecto de la interacción". Se trata de transformar acciones en lugar de cosas o materiales. De producir cierta realidad a través del contacto entre dos o más personas que no se conocen.
"These Associations" consiste en setenta "intérpretes" (un grupo heterogéneo de personas que Sehgal y sus asistentes reclutan y entrenan) cuya función es acercarse a los visitantes del museo y tratar de entablar con ellos un diálogo "significativo". "Una serie de diálogos estilizados que se salteen las formalidades de la interacción social y produzcan un concentrado intercambio de ideas", dice Collins.
La consigna fundamental que les dio Sehgal a sus intérpretes fue que intentaran conversar sobre momentos en los que hubieran tenido una sensación de llegada, de pertenencia, de satisfacción o de insatisfacción con ellos mismos. Para esto les transmitió algunas estrategias retóricas. Porque el diálogo tiene que cumplir con ciertas características para que la obra resulte exitosa. "Si el otro dice algo que está bueno y se engancha en el mismo nivel que ustedes, vamos bien", explicaba Sehgal en una de las reuniones previas a la inauguración. "Pero si se pone a hablar de tonterías tienen que tener cuidado, porque la obra es una creación conjunta. El público tiene poder (...). Y en última instancia, aun cuando produzca más momentos banales que ustedes, sigue siendo el público el que va a juzgar la banalidad de la obra".
Leyendo todo esto en el avión me dio un poco de pena no haberme metido en el oleaje del Turbine Hall. ¿Cómo habría sido ponerme a conversar ahí de algo íntimo, con Amelia al lado y en un idioma que no es el mío? ¿Podría haber salido transformada, en algún punto? Creo que si por algo, y para mi sorpresa, pude esquivar el escepticismo y apreciar la idea de Tino Sehgal fue porque yo misma, aunque sin aspiraciones artísticas, intento a veces construir este tipo de situaciones. Así es que digo cosas inesperadas hasta para mí misma, y muy a menudo bastante personales: en un negocio, en la cola del cajero o a un taxista. No es a propósito. Y muchas veces me arrepiento o al menos me avergüenzo un poco. Pero no puedo evitarlo. Como si investigara cuál es el punto de cruce íntimo que puedo tener con un desconocido, fugazmente, en los momentos menos pensados.
Y sí que puede haber transformación en estas asociaciones. Hace poco alguien en Twitter contó que había consolado a la cajera del supermercado, que estaba llorando. La sacó a la calle unos minutos y charlaron. No se conocían ni se hicieron amigas. Pero tuvo que haber una transformación ahí; en las dos.
De todas formas, cuando terminé de leer la nota me pareció que aun sin haber sido una de las "co-creadoras" de la obra de Sehgal, había participado. Porque ahí en el borde del hall, por un momento, me pregunté cosas. Le pregunté a Amelia. Y esas cosas siguieron rebotando entre nosotras durante la visita al museo, y cuando compramos postalcitas y un libro en la tienda o nos tomamos un café en el bar del primer piso. Nos dijimos cosas que no nos habíamos dicho antes. Nos asociamos de una manera nueva.
Etiquetas:
cosas con palabras (dichas)
13 de agosto de 2012
Y pilón de preguntas
Después en La Feltrinelli me compré este libro de mi querido y admirado Gianni Rodari. Bueno, me/les lo (les + lo = se lo) compré a los chicos pero para que lo lean tendrá que pasar por el tamiz de mi traducción, así que me lo compré también a mí. Bueno: me lo compré para mí.
En El libro de los por qué Rodari les responde a un montón de chicos que le han escrito con preguntas como "¿Por qué nacemos?", "¿Por qué yo soy yo?" o "¿Por qué las herraduras traen buena suerte?". La mayoría de las respuestas, aunque no todas, consisten en una explicación en prosa y una coda en verso. Y un dibujo (de Giulia Orecchia).
He aquí mi primer pequeño ejercicio de traducción:
¿Por
qué papá me promete tantos juguetes si tiene poca plata?
Hay que ser buenos con los papás que tienen
poca plata. No pueden regalar tantos juguetes pero pueden regalar una promesa,
y lo hacen de todo corazón. Así que yo digo que hay agradecerles igual, y
quererlos mucho, y desearles que ganen la lotería. Además, hay que recordar que
este sistema de los juguetes funciona muy mal. A mí me parece que habría que
reformarlo con una ley del Parlamento.
Son lindas las vidrieras
de las jugueterías;
florecen todo el año
de regalos y velas
como árbol de Navidad.
Pero los vidrios, me pregunto,
¿para qué los ponen?
¡Así no se puede agarrar nada!
El vidrio, dicen, es transparente,
pero para mi mano es duro
como un muro.
Si quieren que los chicos
se diviertan de veras
¡háganlas sin vidrio, las vidrieras!
Etiquetas:
cosas que traduje
9 de agosto de 2012
Pilón de fotos
En Londres me compré este libro de Billy Collins y durante varias noches me dormí después de leer un mismo poema, que no es éste sino otro que no se dejó traducir tan así nomás y velozmente como éste, que también me gusta aunque no tanto como el otro pero que por otra parte me viene muy al caso aquí y ahora. El otro se llama Driving with Animals y espero traducirlo un día con más tiempo. Éste, como digo, lo traduje tomándome licencias varias, aunque, me parece y espero, sin serle para nada infiel.
Tierras
extrañas
Ahora las fotos del viaje del verano
se desparraman por la mesa como si fueran
espejitos
que reflejan nuestro lugar en la historia
europea.
Son el botín del viaje, con marco y
coloridas,
fracciones de segundos que después de la
cena
vamos pasando a los amigos para hacerles
creer
que encontramos dulzura, en algún lugar,
lejos.
Ahí estamos, la mirada familiar en lo
extranjero,
detenidos frente a una puerta cisterciense,
o reclinados, oblicuos, contra un kiosco;
congelados detrás de un Della Robbia
azul y blanco, o ante la mesa de un café
tapizada de libros de referencia,
oscurecidos en la sombra subexpuesta de un
toldo.
El mozo al fondo, con bigote y delantal,
les lleva a otros sus bebidas aun ahora
mientras miramos el pilón una vez más
notando que intentábamos quedarnos
quietos como pinturas hasta ser liberados
por el crujido del obturador
para seguir, desenfocados, sin fotografiar,
por una calle con canteros y motos,
dos borrones en la luz menguante de la
tarde,
las cámaras en sus estuches negros,
balanceándose, ciegas, a nuestros costados.
Etiquetas:
cosas que traduje
Suscribirse a:
Entradas (Atom)