Cruzábamos Londres con Amelia en el primer asiento del piso de arriba del famoso colectivo rojo y doble, viendo pasar la ciudad casi como una proyección, y en el asiento de al lado iba esta pareja de jóvenes portorriqueños:
Ya sé que de ella no se ve más que el ángulo del brazo izquierdo, unos mechones de pelo por detrás de la cabeza de él y la cartera; pero a eso voy. Ése era su porcentaje de participación en la cháchara incesante con la que nos obsequió este joven durante 30 minutos.
Le saqué la foto porque no me bastó con mirarlo incrédula. Su voz sonaba y resonaba por todo el piso superior del colectivo, que pim que pam y que pim que pam, mientras que la voz de ella no se oyó nunca. Ella, cruzada de brazos, miraba por la ventanilla del costado. Ni siquiera por el gran vidrio de adelante. Muy pero muy de vez en cuando giraba la cabeza hacia su novio, que en una de esas ocasiones aprovechó para darle un beso y seguir hablando. Ni una sola vez reparó en la indiferencia de su compañera, ni pronunció el famoso "¿Me estás escuchando?" que suele atribuírsenos a las mujeres.
Simplemente era feliz en su propia salsa; y vaya si estaba entusiasmado: hablaba de su sueño de ser alguna vez productor musical. Como la lechera con el cántaro vacío, ya estaba pensando qué hacer con la plata que ganaría y la vida loca que llevaría cuando lo lograra. El monólogo fluctuaba entre dos vidas paralelas: la soñada y la real, en la que mi compañero de ruta se desempeñaba como mozo en un restaurante. Las anécdotas de estas dos instancias biográficas se enlazaban con bastante gracia, hay que decirlo. Yo nunca estaba segura de si lo que contaba había pasado en el restaurante o pasaría en un estudio de grabación. Todo era enunciado con la misma intensidad. Como por ejemplo esta frase que anoté, y que remató un largo relato indignado sobre un cliente descortés:
"Y él me dijo: quiero mi bacon very very crispy, get it?".
Bueno, finalmente me vengo a dar cuenta de que el muchacho sí tenía una audiencia atenta, conformada por mí. Mientras Amelia dormía sobre mis piernas lo escuché, lo fotografié y le tomé dictado.
Con razón no reclamaba atención.
Juro que me estoy dando cuenta de todo esto ahora, mientras lo escribo.
¡Plop!
No hay comentarios:
Publicar un comentario