8 de diciembre de 2015
19 de noviembre de 2015
Era éste el poema que quería
No sé qué estaría haciendo cada uno de ustedes (hypocrites lecteurs!) el martes pasado a la 1 del mediodía, pero yo viajaba en un colectivo de la línea 140 y descubría el poema que me cambiaría la semana -- quien dice la semana dice tal vez el mes, la vida. Bueno, tiendo a exagerar. Pero qué poema. Es de Patrizia Cavalli, de un libro que me trajo de Italia mi querida María Folatelli. Lo traduje impulsivamente, así que tal vez tenga que rehacerlo pronto. Pero lo copio acá, y supongo que copiaré varios más en los próximos días (semanas, meses, vidas).
Era ésta la
madre que quería,
oscura y
melancólica
alejada del
mundo
ansiosa.
Habla poco
y se come las palabras.
Se cae a
veces y enseguida se levanta.
Era ésta la
madre que quería,
oscura
dolorosa
renga
y he
luchado contra las hermanas
he
destruido a los hermanos
porque era
ésta la madre que quería,
voluntariosa
amplia cerrada prisionera.
No quería
otra madre que ésta,
cabellos
mal crecidos que no encuentran
forma ni
paz, la copia descuidada
de sí
misma, pasada de dulzura,
el único
lujo era su fuga
delante del
espejo
mientras se
vestía.
Delante del
espejo mientras se vestía
la mirada
se le bifurcaba
perdida en
una imagen futura,
en ella vi
la primera ladrona
que me
robaba la imagen segura
y la sacaba
a la calle y regalaba
eso que
sólo tenía que ser mío.
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cosas que traduje
5 de noviembre de 2015
Salió el Em John
Ese libro alucinante sobre el que estuve aplicando algunos meses mis labores de traductora ya está, calculo, en las librerías, y si no es hoy será mañana. Lo recomiendo con fervor, no por la parte que me toca sino por la parte que le toca a M. John Harrison.
Acá la primera página del que tal vez sea mi cuento preferido de esta selección, que armó y prologó Matías Serra Bradford para Edhasa.
Acá la primera página del que tal vez sea mi cuento preferido de esta selección, que armó y prologó Matías Serra Bradford para Edhasa.
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11 de septiembre de 2015
6 de septiembre de 2015
Lara saca un poema de un poema de Ted Hughes
Los viernes a la mañana nos juntamos a traducir. Conversamos, tomamos té, giramos alrededor del mismo texto, de la misma frase, a veces muchas veces, otras pocas; empezamos a caer en la red de la lengua, que produce risas y frustraciones donde desde afuera no se verían más que disquisiciones técnicas.
Lara Segade está trayendo, desde hace unos meses, poemas de Ted Hughes. Los traduce y los trabaja con amor y minuciosidad, y en el taller unimos voces y fuerzas para llegar a las versiones más satisfactorias. No son fáciles estos "poemas de animales" que está traduciendo Lara; pero a medida que nos vamos sumergiendo en los sentidos cruzados y los sonidos ríspidos de Ted Hughes todos sentimos un poco más de seguridad cuando murmuramos una sugerencia un poco audaz.
Este último viernes el "poema de los ciervos", que nos ocupaba hace algunas semanas, pareció finalmente encontrar un lugar donde ubicarse con cierta firmeza en nuestro idioma. Nos gustó mucho cómo quedó, por eso le pedí permiso a Lara para ponerlo acá en el blog. (Las notas de la foto son mías: las de Lara son mucho más prolijas).
Ciervos
En la luz sucia del
alba, en la mayor nevada del año
dos ciervos negriazules
de pie en la ruta, alertados.
Se metieron en mi
dimensión
justo cuando yo
llegaba.
Plantaron sus dos o tres
años de ciervitud secreta
nítidos en el cristal
nevado de lo anormal
y dudaron camino a la
desintegración
y me miraron fijo. Y así
durante largos segundos
pude creer que los
ciervos estaban esperando
que recordara la
contraseña e indicara
que por un momento se
había corrido el velo
y que ahí donde los
árboles ya no eran árboles, ni la ruta una ruta
los ciervos habían
venido a buscarme.
Se sumergieron luego en
los arbustos, y montaron sus piernas estiradas
cuesta abajo por el
campo solitario de nieve
hacia la oscuridad
arbolada – finalmente
como girando y flotando
y echando a volar
entre el hervor de los
grandes copos.
La nieve se los llevó
junto a sus huellas cercanas.
Corrigió su inspiración
del alba
y volvió a lo de
siempre.
Ted Hughes
28 de mayo de 2015
Sobre ser niño y que te lean y sobre leerle a un niño
Este año, en la Feria del Libro, la Secretaría de Cultura de México me invitó a participar de una charla llamada "Pibes y chamacos: nuevos lectores", junto al simpatiquísimo Francisco Hinojosa. Esto que copio es el texto que llevé para leer, ya que improvisar en público es lo que menos me sale después del salto en alto y el fliflá.
El otro día en la puerta de la escuela
(perdón pero cuando uno tiene hijos hay un montón de reflexiones que empiezan
con “El otro día en la puerta de la escuela”) la madre de una compañera de mi
hija me preguntó: “¿Cómo hacés para que a Amelia le guste leer?” (siendo Amelia
mi hija). Me causó un poco de gracia la estructura semántica de la pregunta,
que además fue formulada en un tono casi quejoso, casi como un “ya hice de todo
pero”, porque desconfío de la noción de “hacer que a alguien le guste” algo. No
veo cómo el gusto podría surgir de algún voluntarismo, y mucho menos de ningún
autoritarismo. Volví a pensar en ese pequeño diálogo cuando me invitaron a esta
mesa, y entonces recordé eso que dice Daniel Pennac: “El verbo leer no tolera
el imperativo”.
La propuesta de este encuentro es discutir
de qué manera se escribe para los nuevos lectores de nuestra época o, tal vez,
cómo son estos nuevos lectores. No soy capaz de responder ninguna de las dos
preguntas. Ante todo porque nunca escribí con los lectores en mente: para mí la
tarea de escribir, en una primera instancia, es un acto puramente egoísta, que
hago conmigo misma en la mayor intimidad. En ese momento la recepción de lo que
estoy escribiendo es una posibilidad lejana, fuera de cuadro – de hecho, muy pero
muy lejos del cuadro.
Sin embargo, ahora que describí ese momento
de intimidad, de soledad y silencio que es la situación de escritura, me di
cuenta de lo complicado que se está poniendo preservar estas cápsulas: la
capacidad de estar solo frente a una hoja o una pantalla en blanco, o frente a
una pintura o una foto e incluso frente a otra persona. Estar solo con una
persona, prestándose mutua atención y sin atender al llamado ancestral y
visceral del mensaje de texto, el whatsapp, los mails o twitter es ya una
situación poco común. No enuncio esto como una defensa desgarradora de lo que
fue y ya no es sino sólo para pensar si esa relación simbiótica y pasional que
conocimos algunos entre una persona y un libro sigue y seguirá existiendo.
Por lo que pude observar como madre, los
chicos conservan esa cápsula de atención
hasta cierta edad, cuando juegan solos. Aunque al lado les resuenen las
alarmas, aunque tengan tele, Play Station y computadora y el Ipad les avise que
“alguien está arrasando tu aldea” en el Clash of Clans, si tienen hasta 8 o 9
años los chicos pueden seguir alimentándose de la escena imaginaria que se han
planteado como juego o, en algunos casos, de la lectura. Tal vez a las niñas les
dura un poquito más, pero la verdad es que estoy guiándome por la observación
de sólo dos sujetos y algunos sujetitos esporádicos: mi hijo, mi hija y sus
amigos.
Entonces acá vuelvo a las cuestiones
anteriores: cómo a un chico llega a gustarle la lectura y cómo leen los que
están empezando a leer en esta época. No es que vuelva porque haya encontrado
respuestas. Pero lo primero que se me ocurre es que la actitud de mostrarle a
un niño que leer puede dar placer no tiene tanto que ver con escribir como con
leerle. Leer junto con los chicos en esa época en que todavía son capaces de
pasar ratos en la cápsula. Leerles como padres, o tíos, o abuelos, o maestros,
o incluso como hermanos mayores. Hay una intimidad en el acto de leer y
escuchar leer que casi parece crear penumbra alrededor. O como dice, nuevamente,
Pennac (en ese ensayo hermosísimo que se llama Como una novela): “En el límite entre el día y la noche, nos
convertimos en su novelista”. Y después agrega algo que también me resulta muy
iluminador: “Le enseñamos todo sobre el libro en esos tiempos en que no sabía
leer”. Entonces pienso: no sabía leer pero sí sabía hablar. ¡Y cómo!
Que los niños son capaces de generar
argumentos inesperados y desprejuiciados para sus historias viboreantes e
infinitas es algo que casi todos, escribamos o no, pudimos comprobar si tuvimos
suficiente contacto verbal con alguno de ellos. Pero como yo escribo más poemas
que historias, y mi atención suele fijarse en esa misteriosa relación entre
percepción y lenguaje, las conversaciones con los niños suelen tenerme de
asombro en asombro. Lo que está ahí es el nudo de la poesía. Hay una densidad
de temas vitales y un desconocimiento de los lugares comunes del lenguaje que
hace que la poesía surja con más facilidad en la conversación de un niño –la
mayoría de las veces sin intención, claro– que en los intentos de escritura de
un adulto. Me parece que esto es así ahora y lo fue antes, acá y en México y en
cualquier parte, entre pibes o entre chamacos. Por eso me da la impresión de
que no es difícil que a un chico chiquito le guste leer, o que le lean: todavía
está muy cerca de esa relación casi táctil, casi gustativa con el lenguaje.
En su Gramática
de la fantasía, Gianni Rodari vuelve sobre la famosa imagen del guijarro
arrojado en el estanque y todos los movimientos y efectos que va produciendo
mientras cae. “Cuando finalmente toca fondo”, dice, “remueve el limo, golpea
objetos caídos anteriormente y que reposaban olvidados, altera la arenilla
tapando alguno de esos objetos y descubriendo otros”. Este fenómeno, que Rodari
describe para referirse a la invención literaria, creo que también explica lo
que producen las lecturas tempranas. Y cuando digo “tempranas” me refiero a
tempranísimas, en esa edad que mencionaba Pennac: cuando todavía no se sabe
leer y todavía se sabe escuchar.
Antes de que yo aprendiera a leer mi papá
nos leyó a mi hermana y a mí, durante muchas noches, Las doce hazañas de Hércules de Monteiro
Lobato. Es un libro de 567 páginas con alguna que otra ilustración. No sé si es
cierto o si es sólo parte de mi mitología personal pero yo creo que fue ese
libro el que me instaló en esta relación íntima con el lenguaje que me sigue
acompañando hasta hoy, por más que la cápsula inicial se haya desbaratado y ya
no pueda pasar más de media hora sin tuitear o sin mirar los mails si estoy en
mi casa. Aunque en verdad, ¿qué es tuitear sino seguir moldeando lenguaje?
A los nueve años, después de haber leído
varias novelas de Monteiro Lobato y haberme familiarizado con Naricita,
Perucha, Emilia, el Vizconde de la Mazorca y sus demás personajes, leí otra
vez, pero ahora sola, y durante muchísimas noches también, Las doce hazañas de Hércules. Como el guijarro que va cayendo hacia
el fondo, esas palabras regresadas modificaban todo. Siempre recuerdo la noche
que terminé el libro: lo cerré y me puse a llorar. No aguantaba la idea de
quedarme fuera de ese mundo. “¡Adiós, Hércules, gran amigo!”, saludan los
personajes de Monteiro Lobato antes de abandonar la Grecia mitológica para
volver a su presente y su Brasil. La frase, inscripta debajo de la ilustración,
me hacía llorar todas las veces que la leía.
Antes de la despedida, Hércules les había
dicho:
“Amigos míos, no sé hablar. No recibí la
educación que transforma a la criaturas. Mi educación fue solamente física
(...). Me criaron al aire libre; me enseñaron a desarrollar solamente los
músculos y la agilidad. En cuanto a lo demás, quedé tal como nací: un terreno
baldío, como dice Emilia, en el que las plantas crecen sin disciplina. (...)
Con vosotros aprendí mucho. Mis conversaciones con Emilia, Perucho y el Vizconde
fueron verdaderas lecciones de las que jamás me olvidaré”.
Hace dos o tres semanas mi hijo, de
tendencia eminentemente deportista, me manifestó su gusto por la mitología
griega. Viene leyendo una saga de ésas interminables que mezclan fantasía con
mitología (de ésas en traducción ante las que fruncimos instintivamente el
ceño), pero ahora además lo están viendo en la escuela. Claro que
los nombres no le eran ajenos, y claro que los he hostigado a los dos esgrimiendo
inesperadamente el Pierre Grimal o la Ilíada
semideshecha en medio de la cena desde que eran chicos, pero nunca hasta ahora mi
hijo había sacado voluntariamente el tema y mucho menos con semejante
entusiasmo.
A los pocos días agarramos Troya en la tele, ya empezada. La vimos
los tres: un chico de 12, una nena de 8 y esta tonta que habla lagrimeamos por
Patroclo, por Héctor y por Aquiles.
Como el guijarro que se hunde no deja nunca
de producir ondas y sacudones, esa primera lectura en la penumbra, que me llevó
a leer por mí misma apenas pude y casi al mismo tiempo a escribir, sigue, en
palabras de Rodari, “apartando algas y asustando peces”. Y así fue que la
semana pasada, tras décadas de darlo por perdido, interrogué a mi padre sobre
el mítico libro y resultó ser que, disfrazado con un contact blanco, había
estado todo el tiempo ahí, en su biblioteca.
Rodari sigue diciendo después que “De forma
no muy diferente [a la del guijarro] una palabra dicha sin pensar, lanzada en
la mente de quien nos escucha, produce ondas de superficie y de profundidad,
provoca una serie infinita de reacciones en cadena, involucrando en su caída
sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, en un
movimiento que afecta a la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al
inconsciente, y que se complica por el hecho de que la misma mente no asiste
impasible a la representación”.
Así la palabra dicha, recitada, leída de
forma no premeditada, por diversión, por amor, por ayudar a un niño a dormirse,
probablemente permanezca iluminando y modificando todas las palabras que vengan
después, de manera sutil, densa pero liviana, como la conversación de cualquier
chico.
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18 de mayo de 2015
Dylan Thomas, su oficio taciturno o solitario
Hace un tiempo, para el taller de traducción, propuse volver a la vieja y querida declaración de principios del viejo y querido Dylan Thomas, In My Craft or Sullen Art. Me pareció todo un desafío no sólo por las dificultades propias del poema (el vocabulario, rima y métrica bastante sutiles -- en fin: que sea Dylan Thomas) sino también porque creo que para todos nosotros la versión en castellano cristalizó en la muy buena traducción de Elizabeth Azcona Cranwell.
Lo pensamos como un ejercicio doble: intentar una primera traducción fiel al tono, tratando de atenerse a algún esquema de metro y rima cercano (no necesariamente idéntico) al original, y luego componer una versión más "actual", o más juguetona. Veáse en este segundo caso como la reducción al octosílabo sumada a la construcción del primer verso nos lleva de inmediato al Martín Fierro.
Copio acá mis dos intentos, entonces, y antes el poema original, el que nos acompaña desde siempre.
Lo pensamos como un ejercicio doble: intentar una primera traducción fiel al tono, tratando de atenerse a algún esquema de metro y rima cercano (no necesariamente idéntico) al original, y luego componer una versión más "actual", o más juguetona. Veáse en este segundo caso como la reducción al octosílabo sumada a la construcción del primer verso nos lleva de inmediato al Martín Fierro.
Copio acá mis dos intentos, entonces, y antes el poema original, el que nos acompaña desde siempre.
In My Craft or Sullen
Art
In
my craft or sullen art
Exercised in the still night
When only the moon rages
And the lovers lie abed
With all their griefs in their arms,
I labour by singing light
Not for ambition or bread
Or the strut and trade of charms
On the ivory stages
But for the common wages
of their most secret heart.
Exercised in the still night
When only the moon rages
And the lovers lie abed
With all their griefs in their arms,
I labour by singing light
Not for ambition or bread
Or the strut and trade of charms
On the ivory stages
But for the common wages
of their most secret heart.
Not
for the proud man apart
From the raging moon I write
On these spindrift pages
Nor for the towering dead
With their nightingales and psalms
But for the lovers, their arms
Round the griefs of the ages,
Who pay no praise or wages
Nor heed my craft or art.From the raging moon I write
On these spindrift pages
Nor for the towering dead
With their nightingales and psalms
But for the lovers, their arms
Round the griefs of the ages,
Who pay no praise or wages
En
este oficio o taciturno arte
En este oficio o taciturno arte
que en la calma de la noche ejerzo
cuando sólo la luna se enfurece
y los amantes yacen acostados
abrazando entre ambos sus dolores,
en la luz cantarina yo me esfuerzo
no porque la ambición me haya tomado
ni por estar ávido de honores
sobre los ebúrneos escenarios
sino por el más básico salario
que su secreto corazón imparte.
No para el orgulloso que se aparte
de la luna furiosa son los versos
que en estas páginas de espuma crecen
ni para los muertos encumbrados
con sus salmos y sus ruiseñores
sino para los antiguos dolores
que los amantes abrazan, solitarios
sin impartir elogio ni salario
a mi oficio o taciturno arte.
En
este arte solitario
En este arte solitario
que ejerzo en forma constante
mientras duermen los amantes
abrazados al dolor
y la luna se arrebata,
acá bajo el velador
trabajo, no por la plata
ni por salir en el diario
ni por mera vanidad:
es sólo su intimidad
mi pretendido salario.
No para el autoritario
que la luna desbarata
es mi escritura insensata
ni para ese gran señor
muerto con todo esplendor
sino por el centenario
abrazo de los amantes
que se mantienen distantes
de mi arte solitario.
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29 de abril de 2015
8 de abril de 2015
Ésta soy yo contenta
y extrañamente con las uñas sin pintar. El libro lo editó Limonero, las ilustraciones son de Carlos Junowicz y pronto, en mayo, andará por las librerías. Si quieren leer algo (elogioso, claro, pero además preciosamente escrito) sobre Eso no se hace les recomiendo esta reseña de Germán Machado en su blog Garabatos y Ringorrangos.
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30 de marzo de 2015
Pequeño y amoroso adelanto
del libro de M. John Harrison que saldrá por Edhasa cuando yo tenga a bien terminar de una vez de traducirlo y entregarlo. Al final viene una serie de textos cortos y autobiográficos y algunos son deliciosos (a mi juicio, al menos) como éste que copio:
un
lugar oscuro & tenso
Al mediodía voy & vengo por Church
Street, una calle no muy animada en este horario. Voy & vengo mirando las
vidrieras hasta que llego al Rose & Crown, en la esquina de Albion Road.
Tres o cuatro pasos más adelante una mujer joven intenta abrir puerta tras
puerta, pero todo está cerrado. Los negocios de ropa, las jugueterías, las
librerías, los negocios esos que tienen solamente cosas con lindo diseño. Nadie
le quiere vender nada. Ella no puede entenderlo. Una o dos veces intercambiamos
miradas & nos encogemos de hombros. Como si dijéramos: Qué se le va a
hacer. ¿Es en Londres que estamos? Y allí termina la conversación sin palabras
puesto que tenemos tan poco en común. Es agradable que el Rose & Crown esté
vacío, sólo un par de viejos de barba blanca que toman cerveza & alguien
que pide un whisky con Coca en la barra interminable ahí donde empieza a
internarse en las sombras & en las listas de vinos escritas en tiza. Me
tomo una Becks; un paquete de papas fritas, cheddar irlandés sabor a chutney de
cebolla. Aunque los ingredientes no rocen el queso ni el chutney ni Irlanda, estas
cosas son una ficción agradable de la que todos podemos tener un poco. La
palabra “sabor” está impresa en letras más chicas que el resto. Yo real &
honestamente me conformo con eso, con la vista de Church Street, que apenas
parece estar despierta & luce como una calle junto al mar. No lucía así la
última vez que vine. Era un lugar oscuro & tenso & yo también estaba en
bastante mal estado. En esa época no me conectaba mucho con las escenas en las
que me encontraba. La única conexión que lograba era a través de una especie de
terror. Creía que estaba embrujado: pero el embrujo era yo, & entender eso,
con el tiempo, me enseñó muchísimo.
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9 de marzo de 2015
La vez que vino Raymond
Ultramarine es un libro que me encantó once upon a time. La semana pasada volví a tomarlo entre mis brazos y en el taller de traducción trabajamos arduamente este poema. Acá mi versión (provisoria siempre), por allí y allá andan también las otras cuatro versiones.
El regalo
La nieve
empezó a caer anoche tarde. Copos húmedos
pasando
junto a las ventanas, nieve cubriendo
las
claraboyas. Miramos un rato, sorprendidos
y felices.
Contentos de estar ahí y no en otro lado.
Yo puse
leña en la estufa. Ajusté el tiro.
Nos fuimos
a la cama y cerré los ojos de inmediato.
Pero antes
de dormirme, por alguna razón,
recordé la
escena en Buenos Aires
en el
aeropuerto, la noche que nos fuimos.
¡Qué
inmóvil y desolado parecía el lugar!
Silencio
total salvo por nuestros motores
cuando nos
alejamos de la puerta de embarque
y
carreteamos lento bajo una nieve suave.
Las
ventanas de la terminal a oscuras.
Nadie a la
vista, ni el personal de tierra. “Parece
que todo el
lugar estuviera de duelo”, dijiste.
Abrí los
ojos. Por cómo respirabas
dormías
profundo. Te cubrí con un brazo
y pasé de
Argentina a recordar un lugar
donde viví
una vez, en Palo Alto. No hay nieve en Palo Alto.
Pero tenía
una habitación y dos ventanas a la autopista Bayshore.
La heladera
estaba al lado de la cama.
Si me
deshidrataba en mitad de la noche
para saciar
la sed no tenía más que estirarme
y abrir la
puerta. La luz interna señalaba el camino
hasta la
botella de agua fría. Había un calentador
eléctrico
en el baño cerca del lavatorio.
Mientras me
afeitaba, hervía el agua en la olla
sobre la
placa junto al frasco de café.
Un día me
senté en la cama, vestido y afeitado al ras,
con un
café, posponiendo lo que había pensado hacer.
Por fin
marqué el número de Jim Houston en Santa Cruz.
Y le pedí
75 dólares. Dijo que no tenía.
Su mujer se
había ido a México por una semana.
Sencillamente
no tenía. Se había quedado corto
ese mes.
“Todo bien”, dije. “Lo entiendo”.
Y así era.
Conversamos un poco
más,
después cortamos. No tenía.
Me terminé
el café, más o menos, justo cuando el avión
despegaba
rumbo al anochecer.
Me di
vuelta para mirar una vez más
las luces
de Buenos Aires. Después cerré los ojos
para el
largo viaje de regreso.
Esta mañana
hay nieve por todas partes. Lo comentamos.
Me decís
que no dormiste bien. Digo
que yo
tampoco. Pasaste una noche pésima. “Yo igual”.
Tenemos una
calma y una ternura extraordinarias
como si
sintiéramos lo endeble que está el otro.
Como si
supiéramos lo que el otro siente. No es así,
claro.
Nunca sabemos. No interesa.
Es la ternura
lo que a mí me importa. Es el regalo
esta mañana
que me conmueve y me sostiene.
Como cada
mañana.
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12 de febrero de 2015
22 de enero de 2015
Por el camino de M. John
Una oración sencilla y hermosa que me tocó en la traducción del día, y una torta muy simpática -- "torta Battenberg"-- que conocí también hoy y también gracias a la traducción:
"Ella adoraba los cafés, tal vez porque la vida que allí se desarrolla, aunque doméstica y cómoda, no te demanda nada: no hay nada de lo que tengas que participar."
"Ella adoraba los cafés, tal vez porque la vida que allí se desarrolla, aunque doméstica y cómoda, no te demanda nada: no hay nada de lo que tengas que participar."
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frutos inesperados del gugleo.
1 de enero de 2015
De vez en cuando la tradux / nos besa en la boca
Perdón pero tuve que venir corriendo a contar lo que acaba de pasarme mientras traducía el libro de M. John Harrison; justamente el cuento que dará nombre al libro ("Egnaro"). Es ese tipo de coincidencias que la traducción produce muy pero muy de vez en cuando; una magia forjada por la búsqueda perpetua. Casi creo que es la inmersión en esa neurosis traductiva la que lleva a esto, como un conjuro, una palabra mágica de consistencia lacaniana.
A ver si logro explicarlo sin tener que contar el cuento entero. Aunque debería contarlo, porque en verdad este cuento increíble se trata justamente de este tipo de "señales" que yo misma suelo ver en las coincidencias. Lo cual lo vuelve todo triplemente sobrecogedor.
Hace unas páginas aparece una chica malaya, moza de un restaurant chino. Quiere ofrecerles postre a los personajes y, con su acento, le sale "costa" en lugar de "custard". Los personajes tardan un rato en entender qué es "costa". Siguen unas líneas de juego y broma con ese "costa" que en verdad es "custard". Yo en principio, provisoriamente, reproduje con un juego entre "flá" y "flan".
Ahora el juego de palabras vuelve a aparecer aplicado a otra cosa. El terror del traductor. Va a haber que rever todo o fijarse si el juego original coincide de algún modo con este nuevo juego. En este caso el personaje menciona un lugar de veraneo llamado (en el original) "Costa Blanca" y a continuación hace alusión al ofrecimiento de la moza malaya. Bueno, paren, les fotografío el juego:
¿Cómo hago para unir el flan al juego sonoro con la costa? Entonces hago un primer tiroteo en Google, algo completamente absurdo como "playas veraneo fla". Es decir, un lugar de veraneo que tenga la sílaba "fla" en el nombre. Pero sabiendo que es bastante arduo, porque tiene que ser un lugar que los ingleses de clase no muy alta puedan llegar a considerar para ir de vacaciones. Sin embargo, todavía ni busqué dónde queda Costa Blanca.
Pues bien, mis queridos amigos. La primera opción en mi lista de azul sobre blanco es "Playa Flamenca". Sonoramente se prestaría al juego, pienso. Pero ¿dónde queda? Véanlo con sus propios ojitos:
WHAT ARE THE FUCKING ODDS.
Y con esto me retiro, le escribo a Harrison y le digo que el misterio de Egnaro volvió a manifestarse durante su traducción al castellano.
A ver si logro explicarlo sin tener que contar el cuento entero. Aunque debería contarlo, porque en verdad este cuento increíble se trata justamente de este tipo de "señales" que yo misma suelo ver en las coincidencias. Lo cual lo vuelve todo triplemente sobrecogedor.
Hace unas páginas aparece una chica malaya, moza de un restaurant chino. Quiere ofrecerles postre a los personajes y, con su acento, le sale "costa" en lugar de "custard". Los personajes tardan un rato en entender qué es "costa". Siguen unas líneas de juego y broma con ese "costa" que en verdad es "custard". Yo en principio, provisoriamente, reproduje con un juego entre "flá" y "flan".
Ahora el juego de palabras vuelve a aparecer aplicado a otra cosa. El terror del traductor. Va a haber que rever todo o fijarse si el juego original coincide de algún modo con este nuevo juego. En este caso el personaje menciona un lugar de veraneo llamado (en el original) "Costa Blanca" y a continuación hace alusión al ofrecimiento de la moza malaya. Bueno, paren, les fotografío el juego:
¿Cómo hago para unir el flan al juego sonoro con la costa? Entonces hago un primer tiroteo en Google, algo completamente absurdo como "playas veraneo fla". Es decir, un lugar de veraneo que tenga la sílaba "fla" en el nombre. Pero sabiendo que es bastante arduo, porque tiene que ser un lugar que los ingleses de clase no muy alta puedan llegar a considerar para ir de vacaciones. Sin embargo, todavía ni busqué dónde queda Costa Blanca.
Pues bien, mis queridos amigos. La primera opción en mi lista de azul sobre blanco es "Playa Flamenca". Sonoramente se prestaría al juego, pienso. Pero ¿dónde queda? Véanlo con sus propios ojitos:
WHAT ARE THE FUCKING ODDS.
Y con esto me retiro, le escribo a Harrison y le digo que el misterio de Egnaro volvió a manifestarse durante su traducción al castellano.
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