No soy muy partidaria de combinar música con poesía. Si se lee, se lee y si se escucha, se escucha, me suele parecer, aunque reconozco que es una falencia mía. La poesía, además, trae su propia música. No sé, me cuesta. Después de esta declaración, por supuesto, me desdigo: es que en este caso el poema y la música vinieron juntos de entrada. La primera vez que leí "Sunday Evening" de John Koethe sonaba a mi alrededor "What If", de Kenny Barron, con Barron en piano y Regina Carter en violín. Era en otro país, departamento ajeno y piso alto, y todo confluyó y la unión me pareció perfecta. Me pareció que "What If" reproducía el deambular, las cavilaciones y los saltos de energía de un domingo a la tarde, y hasta el murmullo de abejas del final, ambiguas ondulaciones. Por eso se me ocurrió poner el poema, traducido, y la música, como para invocar esa primera vez. Para que se pueda leer mientras se escucha. Poner el archivo de música en el blog no me salió; tuve que armar el videíto.
El poema lo traduje con ayuda y supervisión de mi amigo Mark Dow, que también es poeta y vive en Brooklyn. Una vez Mark se encontró en algún tipo de evento con John Koethe y le contó que habíamos traducido varios poemas suyos, y al parecer a Koethe le agradó la cosa, aunque el intercambio no pasó de ahí.
Bueno, acá va. El que quiere pone play y el que no, no.
Domingo a la tarde
Ideas como cristales y la lógica del violín:
otra vez las intrincadas evasiones se preparan
para avanzar sobre lo inarticulado. Y pronto
comienza la melodía matinal, las naranjas y el té,
la caminata introspectiva por el barrio,
el ruido ambiente, el grave lenguetazo de agua sobre piedras.
La paz que uno consigue lo encuentra a uno solo,
en recuerdos de libros, de partes de canciones,
o en los dulces encantos del modo pasivo:
dudar, cavilar, demorarse en la biblioteca y finalmente,
como de una silla verde y soleada, levantarse y partir.
Los mediodías parecen más oscuros, y los adolescentes
que siempre andaban por el estacionamiento ya no están.
Más agua en los ojos, más músicos desentonados en los subtes,
y desde la fuente de sentido un constante canturreo incidental.
Es una especie de reconfiguración, y el ejercicio solitario
que busca reafirmar su nombre suena hueco. En el cielo, el sol
está más bajo,
y cuando uno se vuelve hacia lo que sentía el hogar,
las ventanas empiezan a llamear con una luz desamorada,
como si las alcobas que ocultan estuvieran vacías. ¿Es así
el paraíso? ¿La misma perspectiva desde otra habitación,
poblar un paisaje visto desde el balcón de alguien
en un instante suspendido – un avión plateado asciende silencioso
y la vida, al menos la que uno ha conocido, se va alejando?
Yo pensaba que la gente entendía estas cosas.
Padecen la intrusión gradual de un vasto,
impersonal sistema de intercambios en el más íntimo dominio
donde cada objeto se refería a otro, cantándose entre ellos
en una hermosa regresión de olvido. La naturaleza como idioma
fiel a sus términos, pero con una cara casi humana
que tomó los románticos, oscuros movimientos de deseo, amor y pérdida
y les dio cuerpo, y los puso a la vista;
reemplazados por emblemas de lo más sublime,
como el Paraíso de Cantor, o Edward Witten con la vista perdida
mientras las hojas caen y un perrito corre entre ellas en el parque.
¿Algo de eso era mío? ¿Fue alguna vez de alguien?
El tiempo vuelve las cosas más sólidas de lo que fueron;
sin embargo, estas cosas imaginarias – delfines y campanas, la terraza
soleada
y las alas verdes y brillantes, el islote lejano sobre el lago –
nunca fueron barreras, sino simples condiciones de ser, una niebla encantadora
que envuelve y luego cede como sorpresa blanda,
como si las cosas contra las que uno había empujado fueran cascotes de
espacio.
El aire de la tarde parece más dulce. La luna,
surgiendo de un laberinto de nubes en el cielo abierto,
arroja una luz tenue sobre los árboles. Infinitamente lejos,
uno casi cree oir – como si los dedos de un gigante solitario
dibujaran el esquema puro y abstracto de esas cuerdas
en un momento privado de deleite – las ambiguas ondulaciones
de las silentes sílabas, como un murmullo de abejas.